En medio de la emoción que
me produjo saber que mi sobrina, Valentina Rodríguez Arias, había sido escogida
como la niña alcaldesa de la ciudad de Santa Marta me pregunté: siendo cierto
que los niños son el futuro del Magdalena ¿podríamos creer que el futuro del Magdalena
será promisorio con los niños de hoy?
Históricamente el Magdalena
ha sido un departamento con población mayoritariamente pobre, con menor capital
humano acumulado y bajos índices de calidad de vida. La población pobre, si
bien ha descendido desde 1993, aún sigue siendo alta: 47.68% de la población
con Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI) en 2010.
Por su parte, la pobreza por
ingresos, de acuerdo con la Misión para el Empalme de las Series de Empleo,
Pobreza y Desigualdad (MESEP) del Departamento Nacional de Planeación, alcanzó
en el Magdalena en 2009 al 60.5% de la población mientras que la pobreza
extrema al 22.8%. Ello quiere decir que las condiciones de pobreza por ingresos
son más determinantes entre los hogares magdalenenses que las de NBI, puesto
que esta última puede mejorar con la inversión pública y el gasto social,
mientras que la primera depende más del nivel de ingreso disponible en el
hogar, relacionado a su vez con la calidad de la actividad generadora de
ingresos.
La población del Magdalena,
además, tiene un perfil laboral que se caracteriza por la precariedad del
ingreso y la ocupación, un bajo nivel educativo en la mayoría de los ocupados,
un nivel de productividad inferior a la media nacional, además de una tasa
inferior de formalidad frente al promedio del país.
Ello refleja en buena medida
las deficiencias del sistema de educación y formación para el trabajo, así como
de las condiciones de vida, pero a su vez, repercute en la dificultad para alcanzar
mayores logros educativos y de calidad de vida, fundamentalmente.
En materia de educación, los
logros básicos de una sociedad se relacionan con la acumulación de años de
educación y la calidad con que se usan los conocimientos aprendidos para la
vida productiva.
En años de escolaridad un 71.3%
de la población magdalenense cuenta con educación secundaria o de niveles
inferiores, un 15.6% no tiene nivel alguno de educación y apenas un 7.8% ha
estudiado educación superior (incluyendo postgrado).
Así mismo, la población
ocupada laboralmente muestra menor promedio de escolaridad en relación con la
media nacional y aún, de la región Caribe. Pero a estas cifras se le suma, para
agravarla, la incidencia siniestra de la desnutrición que hacen irreversible
sus efectos en la pérdida de las capacidades cognitivas.
Respecto al avance en las
metas del milenio de desnutrición global en menores de cinco años, en diez años
entre 1995 y 2005, esta bajó del 14.6% al 10%; sin embargo, está lejos de la
meta nacional del 3% hacia el 2015. Y el riesgo es que ese porcentaje suba dado
que en los últimos años se incrementó la pobreza, y en particular la pobreza
extrema, por cuenta de la ola invernal
que ha arrojado un saldo cercano a 300.000 magdalenenses damnificados. Impactando
seriamente en la seguridad alimentaria y nutricional pudiendo verse seriamente
afectada, incidiendo en los niveles de
desnutrición de la población infantil.
Estas cifras resultan aún
ser más desalentadoras si las concentramos en la ciudad de Santa Marta en el
que los cordones de miseria se han multiplicado en los últimos 10 años de forma
vertiginosa y con esa misma velocidad se han deteriorado los programa sociales
con los cuales se han podido detener sus efectos.
Sólo en materia de
desnutrición hoy el 23% de los niños menores de 5 años presenta alguna forma de
desnutrición y el 75% de la infraestructura escolar está en ruinas. Colegios
como el Inem Simón Bolívar con capacidad para atender 7.600 niños a duras penas
matricula 2.300 y el Liceo Celedón con capacidad para 2.200 no matricula más de
700, tristes ejemplos del retroceso sufrido en tan solo los últimos 6 años.
Salvo que se rompan los
esquemas de administración, se derriben los paradigmas en los modelos de
transferencia por parte de la nación y se pongan a funcionar nuevos modelos de gerencia
para los recursos en los entes territoriales del Magdalena, incluido Santa
Marta, no hay dudas que el futuro de los niños será incierto así como incierto será
el futuro del Magdalena en las manos de estos mismos niños.
El mes de los niños bien debiera motivarnos a
pensar y discutir esta realidad más allá de gozar la alegría inocente de ellos
que hoy, por fortuna, celebran su mes ajenos a ella.
E-mail: alejandroarias@dialnet.net.co
MIEMBRO DE LA ASOCIACIÓN DE PERIODISTAS INDEPENDIENTES DE COLOMBIA - A.P.I.C.
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